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miércoles, 9 de mayo de 2012

SER CAPITALISTA ES UN MAL NEGOCIO. CLAVES PARA SOCIALISTAS



SOBRE EL CAPITALISMO

Esta sección da un vuelo rasante sobre los predios del capitalismo. Mira de forma somera a este modelo y enuncia diversos argumentos sobre los cuales basar su crítica, en tanto sistema inviable y lesivo para la especie humana, no sólo porque pone en peligro la propia existencia del planeta, sino porque promueve y estimula valores negativos, ajenos a la integridad humana, y pretende el sometimiento de las grandes mayorías por parte de unas minorías privilegiadas.

¿Qué es el capitalismo?

El ser humano es un sujeto social y por ello procura normas de convivencia. El capitalismo es, en cierta medida, una de las múltiples formas de organización de dicha vida social. A lo largo de estas líneas quedará suficientemente demostrado que es el peor de los regímenes sociales por cuanto nos devuelve, bajo apariencia tecnológica, a un mundo de barbarie, al contraponer el interés particular al colectivo y basar el esquema de vida en sociedad en la supervivencia de quienes logren aprovecharse de los otros.
El cimiento del capitalismo es el predominio del capital como elemento de obtención de riqueza. Los propietarios de los más fundamentales y determinantes medios de producción constituyen “la clase dominante”, que vive a expensas de explotar el trabajo asalariado ajeno. Así, se fomenta un proyecto de sociedad opresiva, por cuanto un grupo de personas ejerce poder sobre el resto. Llamemos a este formato explotador relaciones sociales capitalistas.
Distingamos al capitalismo como un sistema económico determinado por la supremacía hegemónica de las clases poseedoras de grandes capitales. Por medio de leyes, instituciones y creencias, dicha clase organiza, mantiene, legitima y protege el poder que ha impuesto a los demás integrantes de la sociedad. Logra la obediencia de los oprimidos, aun cuando se trate del acatamiento de disposiciones en las que se les inflige sufrimiento. En suma, justifica la división de clases sociales para convalidar el sometimiento de unos a otros.
Del mismo modo, el capitalismo convierte la sociedad en un gran mercado y coloca a las personas en diferentes posiciones según su lugar en la escala productiva. Quien tiene capital o tierras o rentas es burgués y acude al mercado a comprar sin mayor problema, hasta que, como ocurre con muchos de ellos, también es expulsado. Quien tiene sólo sus manos, tiene, para poder comprar, que vender primero su trabajo al capitalista.
Bajo el capitalismo, el capital deja de ser un instrumento auxiliar del trabajo para convertirse en un medio de dominación y aprovechamiento de las clases oprimidas, lo que se traduce en injusticia. En el feudalismo la dominación era política (sujeción al señor a través de un pacto), ahora es también económica, escondida en un supuesto pacto libre entre empleador y empleado.
Detrás de las maneras de vida social del capitalismo, invariablemente existirá un reducido grupo de individuos que acumulan riquezas materiales, tras el aprovechamiento del trabajo de una gran mayoría explotada.
Pero la verdad sea dicha: la dignidad humana implica que cada ser humano es único y, por tanto, insustituible. De allí que vaya contra toda dignidad la existencia de clases sociales.

La lucha de clases es el motor de la historia

Quienes son sometidos, quienes son víctimas de alguna forma de dominación y explotación siempre se resistirán a dicha circunstancia. Explotadores y explotados son clases sociales antagónicas y su pugna se expresa en el terreno económico, ideológico y político. Llamaremos lucha de clases, en sentido amplio, a todos los enfrentamientos que se producen entre opresores y oprimidos.
La lucha económica es el emprendimiento de las grandes mayorías empobrecidas contra los dueños de las riquezas, por lograr mejores condiciones de trabajo y de vida.
A través de la ideología la clase dominante contribuye a mantener  su supremacía sobre  los explotados.  Dicha imposición de ideas se logra con el apoyo de su poderío económico; son la Escuela, los Medios de Comunicación, la
Iglesia, el Estado las instituciones a través de las cuales éstas se difunden. Las ideas del capitalismo penetran en todas las actividades de la sociedad mediante la alienación y la imposición de fetiches
La batalla política se enuncia en la lucha en torno al poder político, esto es, la presión popular por cambiar esencialmente la injusta sociedad en que vive.
A lo largo de la historia se han registrado enfrentamiento entre los seres humanos, entre los propietarios de riquezas y los que carecían de ellas: En la Antigüedad se enfrentaban los esclavos contra sus amos; en la Edad Media los siervos con los señores feudales que eran dueños de las tierras; y en la
Era Moderna el proletariado, propietarios tan sólo de su fuerza de trabajo, con los burgueses, propietarios de las fábricas y talleres.
En la actualidad la lucha de clases se reproduce a diario y en todos los rincones de la sociedad: en las huelgas de trabajadores, en las manifestaciones estudiantiles, en los reclamos de los desempleados, en la recuperación de fábricas abandonadas, en la organización de la lucha comunitaria por mejorar sus condiciones de vida, en las acciones de los grupos ecologistas en defensa del ambiente, en el sabotaje a determinados productos, en las luchas sindicales, en la lucha por la igualdad entre los géneros. Por eso el capitalismo permanentemente enfrenta reiterados ciclos de crisis inducidas tanto por sus propias contradicciones internas como por la lucha de clases inmanente a ellas.

La propiedad privada por sobre todas las cosas

En el capitalismo, el rasgo más característico que diferencia a las clases es la posesión de los medios de producción en las manos privadas. Es decir, los sectores dominantes son dueños de las tierras, fábricas, recursos naturales, bienes muebles, etcétera.
Ahora, ¿cuál es la razón que mueve a la burguesía a adueñarse de cuanta cosa material exista? La respuesta nos la da Engels:
“Según la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, en fin de cuentas, la producción y la reproducción de la vida inmediata.
Pero esta producción y reproducción son de dos clases. De una parte, la producción de medios de existencia, de productos alimenticios, de ropa, de vivienda y de los instrumentos que para producir todo eso se necesitan; de otra parte, la producción del hombre mismo, la continuación de la especie.”
Claro está que la vida es más compleja, no se limita a cuestiones materiales, no sólo de pan vive el hombre. Los seres humanos poseen sentimientos, aspectos inmateriales que nos diferencia de las demás especies: el amor, el dolor, el miedo, la ternura, la comprensión, entre otros tantos; adicionalmente, posee inteligencia. Precisamente, tanto la inteligencia como los sentimientos le permiten vivir en sociedad, al tiempo que guían los pasos para su sobrevivencia.
Si bien el fin material de la vida radica por un lado en la perpetuación de la especie -al igual que el resto de los animales, el ser humano busca trasmitir sus genes-, y por la otra en asegurar las condiciones para salvaguardar la vida mientras dure su paso por la tierra, no es menos cierto que para ambos argumentos, la mejor estrategia que la humanidad -y casi todos los seres vivos- ha desarrollado es la protección de unos a otros, a través de la convivencia en sociedades. En todo caso, para hacer efectiva esta estrategia se requiere un alto grado de conciencia.
Desafortunadamente, la burguesía desconfía del resto de la especie que le acompaña en la convivencia social. En suma busca “jugar seguro” y para ello se plantea una estrategia mezquina: garantizar exclusivamente su existencia y la de sus descendientes, los demás no interesan. La forma que ha desarrollado para lograr tal propósito es el apoderamiento de todos los bienes materiales posibles; sin importar que ya cuente con cantidades suficientes para “asegurar su futuro”, prosigue y prosigue adueñándose de cuanto puede. Marx explicó esa conducta como la lógica del capital, esto es, o lo hace de esa manera o la lógica del capitalismo lo expulsa.
Para ello el burgués se debe volver cada vez más codicioso e inescrupuloso y su única meta en la vida la basa en la acumulación de propiedades y posesiones, es decir, acumulación de riqueza.
De otra manera queda fuera de la carrera. Las primeras sociedades solían compartir los derechos de propiedad,  como el  derecho a cazar  o pescar  en un determinado lugar. Aunque existía cierta propiedad personal, como las armas o los utensilios de cocina, la propiedad real era común. El primer medio de producción que algunos empezaron a considerar como propiedad privada fue la tierra.
En el feudalismo, la posesión de la tierra no existía aun cuando era ocupada. Esta ocupación implicaba muchas obligaciones. En el sentido moderno de propiedad, tan sólo los monarcas y la Iglesia poseían la tierra.
Con el ascenso de la burguesía en la última etapa de la época feudal, se fue afectando gradualmente la importancia de la propiedad real y personal. Históricamente, la propiedad de la tierra poseía mayor importancia en comparación con la propiedad personal, puesto que ésta casi no conservaba una regulación sobre la propiedad, transmisión y herencia de las propiedades personales. La creciente clase media que acumulaba riqueza podía transmitirla fácilmente mediante un testamento.
Con el advenimiento de la Revolución Industrial, el ulterior abandono de la agricultura y la aparición de acciones y bonos, la propiedad personal alcanzó la misma importancia que la propiedad real. La tierra se convirtió en un bien que podía comprarse y venderse, como cualquier otro bien.
Con base a esta serie de acontecimientos históricos, la sociedad dirigida por la burguesía fue ordenando, de acuerdo a sus intereses, las normas de convivencia social. Los derechos y los deberes de los ciudadanos se determinaron con arreglo a la importancia de sus posesiones territoriales; y conforme iba aumentando la influencia de las clases pudientes, iban siendo desplazados los sectores que no habían logrado o no se plantearon acumular propiedades.
Carlos marx llamaba al proceso histórico de obtención de propiedad desarrollado por la burguesía  acumulación originaria
. Esta acumulación -que todavía se despliega en todas la sociedades capitalistas- significó y significa la e x p l o t a c i ó n   d e   l o s   r e c u r s o s   n a t u r a l e s   h a s t a   p u n t o s ambientalmente insostenibles. Así mismo significó la expulsión de millones de campesinos de sus tierras, el saqueo a las riquezas de pueblos enteros por medio de guerras, el aniquilamiento de grupos étnicos enteros que se negaron a ser subordinados, el sometimiento esclavo de miles para garantizar manos de obra barata.
Veamos ahora cómo la burguesía luego de acumular riqueza a través del incremento de su propiedad privada, garantizó el resguardo y preservación de los bienes saqueados al resto de las sociedades.

El Estado capitalista

“…En resumen, la fortuna es apreciada y considerada como el sumo bien, y se abusa de la antigua organización de la gens para justificar el robo de las riquezas por medio de la violencia. No faltaba más que una cosa; la institución que no sólo asegurase las nuevas riquezas de los individuos (…) sino que, además, imprimiera el sello del reconocimiento general de la sociedad a las nuevas formas de adquirir la propiedad, que se desarrollaban una tras otra, y por tanto a la acumulación, cada vez más acelerada, de las riquezas; en una palabra, faltaba una institución que no sólo perpetuase la naciente división de la sociedad en clases, sino también el derecho de la clase poseedora de explotar a la no poseedora y el dominio de la primera sobre la segunda.
Y esa institución nació. Se inventó el Estado”
Tal cual, el Estado Moderno nace con las monarquías absolutas y en el transcurrir del proceso histórico, la burguesía requería que se garantizasen sus “derechos individuales” negativos (de propiedad privada) y para ello legitima al Estado como Estado-nación, en el que habitan personas con una cultura e identidad más o menos semejantes, por medio de leyes, lenguas y costumbres en común.
La invención del Estado-nación capitalista tuvo que ver no sólo con el interés de salvaguardar la riqueza de la clase dominante, sino con el de establecer un mercado interno unificado del que la burguesía se sirviera para mantener sus negocios. Con un Estado-nación constituido, la burguesía garantizaba un mejor control de la población y organizaba sus planes de expansión a otras latitudes, tierras, naciones, en las que se podría obtener mayor acumulación. Recordemos que la  lógica del  capi tal ista está signada por  su afán de acaparamiento y lucro.
La estructura fundamental del capitalismo abarca, como veremos más adelante, junto al mercado y las mercancías, al
Estado. El Estado-nación es la forma como se organiza la hegemonía política del capitalismo. Para ello, el capitalismo coloca al frente del Estado a un grupo de personas fieles a sus intereses, esos “administradores del Estado” son la denominada burocracia.
La burocracia tiene intereses propios y una lógica propia, pero también tiene que administrar el sistema económico, ya que es dependiente del buen curso de los negocios de la clase dominante. Desde los primeros Estados organizados por la humanidad, ha existido una alianza entre la burocracia política y el poder económico. La una necesita al otro, con lo cual es común el que se celebren acuerdos entre capitalistas, que buscan incrementar su riqueza, y el estamento político que les permite pagar salarios e impuestos bajos.
La unidad entre el Estado y el capital se concreta en una articulación institucional que fomenta asociaciones de sus intereses comunes, amparados en la integración de la denominada economía de mercado.

La ideología capitalista

El sistema de creencias del capitalismo se basa en una ideología : el liberalismo. Como veremos, esta doctrina recrea la ficción de las libertades individuales y el límite máximo del poder con que los Estados y sus gobiernos controlan el conjunto de relaciones sociales entre los seres humanos. El liberalismo aboga principalmente por:
1.  Una concepción antropológica del ser humano como egoísta y perseguidor de felicidad particular
2.  El desarrollo de la libertad individual y, a partir de ésta, por el progreso de la sociedad
3.  El establecimiento de un Estado de Derecho, en el que todos los seres humanos -incluyendo aquéllos que en cada momento formen parte del Gobierno- estén sometidos a un mismo marco mínimo de leyes
Como se aprecia, el liberalismo sostiene que todos los hombres y mujeres tienen un conjunto de derechos naturales, los cuales están por encima de la soberanía de la sociedad, del pueblo en su conjunto. En este contexto, se espera que el
Estado y la sociedad deban dejar hacer a los individuos sin injerencia alguna. A decir verdad, estos derechos individuales los ha moldeado la sociedad a lo largo de la historia. En todo caso, cuando el liberalismo se refiere a los derechos de los hombres y mujeres, está pensando en los derechos de los capitalistas dueños privados de la propiedad.
El capitalismo enmascara los derechos de la clase burguesa en los supuestos derechos naturales de los seres humanos. ¿De qué vale contar con derechos individuales y con las leyes que supuestamente los garantizan, si ello en poco o nada contribuye con la realización humana?
Por ejemplo, la declaración fundamental de los derechos humanos habla del derecho a la vida, pero ¿de qué le sirve esa declaración a aquellos que mueren de hambre por causa de que otros se han adueñado de todos los alimentos?, ¿de qué vale gozar de libertad de prensa cuando un grupo económico es dueño y controla a su antojo editoriales, estaciones de televisión, radio, prensa y cine?, ¿vale de algo el cacareado derecho a la salud si las trasnacionales de medicamentos controlan patentes para fines estrictamente comerciales? En el fondo, a través de su ideología liberal, el c a p i t a l i smo   b u s c a   j u s t i f i c a r   “ c o n   r o s t r o   h uma n o ”   l a s aberraciones propias de su condición depredadora.

Parte extraída del libro SER CAPITALISTA ES  UN MAL NEGOCIO.
Centro Internacional Miranda




¿QUE ES SER SOCIALISTA?


Por Gabriel Boragina©

Como no es de buen gusto andar cometiendo errores en cuestiones delicadas y es de buen gusto escuchar a los demás, es de buen gusto confesar que cuando hablo de la izquierda y menciono ciertos rasgos atribuidos a ella nunca lo hago desde un prejuicioso concepto de la misma. Cuando comencé a estudiar sistemáticamente al socialismo y al comunismo me propuse seguir un método totalmente imparcial. Dije "voy a recopilar todo lo que los socialistas dicen de sí mismos. Cuando me acusen de mentiroso --como siempre lo hacen-- tendré como responderles: les mostraré su propio testimonio. Estas reflexiones son el testimonio de todos los socialistas que leí, escuché y entrevisté. Así es como ellos se ven a sí mismos. Así es como ellos hablan de sí mismos y así es como ellos se definen. Este artículo es un resumen de ello.

Ser socialista es creer que se puede pensar por el otro, es creer que un burócrata manejará y gastará mi dinero mejor que yo o que el que se lo ganó. Es creer que se puede decidir y actuar por el otro sin su permiso, sin su consentimiento, es desconfiar del individuo, del prójimo, en definitiva de su inteligencia lo que nos transforma en arrogantes, en pontífices del pensamiento único, o sea del nuestro, desconfiar de la propiedad privada de los medios de producción o sea de la propiedad privada de mi vecino, de la riqueza. Es analizar el mundo y expresarlo en palabras en base a hipóstasis, es hablar en términos de países y no de gente. Es la fatal arrogancia de la que hablaba Friedrich A. von Hayek, la arrogancia de pensar y convencernos de que todo el mundo y todos deberán ver las cosas de la manera en que nosotros las vemos y que deberán creer en nuestros valores de la manera en que nosotros creemos en ellos, cuando en definitiva lo que tratamos es de imponer nuestros valores sobre los demás. Esto es ser socialista. Es agrupar a la gente en categorías, en clases sociales, en blancos, negros, amarillos, altos, bajos, rubios, nacionales, extranjeros, homosexuales, en clase media, baja, alta, pobres, ricos, en lugar de hablar --como corresponde-- de fulano o de mengano. Es creer que somos capaces de pensar, hablar, desear, aspirar y sentir por los demás o que otros --llamados burócratas-- pueden hacerlo. Es creer que un burócrata siempre será más honesto y menos ambicioso que cualquier hombre común y que en sus manos los impuestos siempre serán bien administrados.

Es creer que las mayorías siempre tienen razón y que jamás se equivocan y que en consecuencia comer excrementos es bueno porque millones de moscas no pueden estar equivocadas, especialmente cuando en sufragios democráticos alcanzan el 51 por ciento de los votos. Todo eso es lo que nos hace socialistas lo sepamos o no. Ser socialista es creer que el "Estado de Bienestar" enriquece cuando en verdad empobrece, es creer que el estado puede proveernos de cosas "gratis", como educación y sanidad cuando en realidad las pagamos vía menor nivel de vida, es creer que un decreto del parlamento o del ejecutivo puede volver blanco lo que es negro y negro lo que es blanco. Es creer que el mercado es algo diferente al pueblo y no el pueblo en sí mismo, que los derechos sociales no son económicos y viceversa, que la cultura no tiene nada que ver con la economía y viceversa cuando en realidad tiene vínculos insoslayables; es confundir a los países y sus pueblos con sus burócratas y gobiernos. Es creer que la gente es sabia y preparada para votar pero es bruta e ignorante para administrar e invertir provechosamente para la sociedad sus propios dineros sin impuestos, siendo un burócrata más honesto y mejor preparado para eso que el dueño de los fondos. Es creer que el estado educa cuando en realidad adoctrina, que cura cuando en su lugar empobrece y mata. Es creer que la globalización es privada cuando en realidad es pública, es creer que se defiende la libertad cuando se aboga --tal vez inconscientemente-- por la esclavitud. Y todo eso, queridos amigos, nos guste o no, lo sepamos o no, nos conduce inexorablemente al grado extremo del socialismo: el comunismo. Socialismo que como dice el prestigioso sociólogo Sabino, siguiendo en esto a Mises, nos lleva al comunismo. Ergo la amenaza comunista sigue latente en el mundo.

Progreso y socialismo.

Uno de los "logros" más espectaculares del socialismo (o mas propiamente del marxismo) fue el haber convencido a las masas de la ineluctabilidad del advenimiento del paraíso socialista. Marx tuvo el mérito (por sobre sus antecesores socialistas) de haber sentado en forma casi definitiva en la conciencia de los intelectuales el hecho de que las "fuerzas materiales de producción" gobiernan míticamente el destino de los humanos.
Esto, en buen romance significa lo siguiente en lenguaje socialista: el progreso está "asegurado", evolutivamente la sociedad tiende al progreso (Hegel) ahora todo lo que falta es preocuparse por el reparto de ese progreso. Pero ni el propio Marx fue consecuente con su teoría y esto ni siquiera fue advertido (o más bien fue pasado por alto) por sus discípulos y seguidores. Luego de sentar las bases sobre que las sociedades eran gobernadas por las míticas "fuerzas materiales de producción" las cuales, ineluctablemente llevarían al capitalismo a su máxima fase de expansión, luego de lo cual evolutivamente desaparecería y aparecería el socialismo, inconsecuentemente, en sus escritos panfletarios postulaba la expropiación lisa y llana por parte de los obreros de los medios de producción capitalistas.
¿Por qué postular -se pregunta acertadamente Mises- la acción directa revolucionaria si de cualquier manera, conforme la propia teoría socialista, el capitalismo sucumbiría por un problema evolutivo y aparecería en su lugar el socialismo?. Ni Marx, ni ningún socialista jamás dio respuesta a este interrogante. Y así siguen las cosas.
Muy bien. Acostumbrada y hecha la gente a la idea de que el progreso siempre estará entre nosotros, que vamos hacia adelante y que no se puede retroceder, que cada vez tendremos más y más bienes. Convencidas las masas de estos postulados socialistas resulta, en esta lógica, muy razonable pensar que todo el problema económico y social reside pura y exclusivamente en cómo distribuir de la mejor manera posible esa riqueza que se genera y se continuará generando por si misma.
Sin embargo el aserto es de una falsedad tan grande que resulta muy difícil comprender el grado de embrujo socialista de las masas como para que no se evidencie el mismo.
Como bien se encarga de puntualizar Ortega y Gasset y otros estudiosos del problema, en manera alguna el progreso es lineal ni está asegurado por los siglos de los siglos.
Pero no obstante estas gruesas fallas epistemológicas lo importante es que Marx logró dejar sembrada en las masas, desde la formulación de la teoría socialista hasta el presente, el convencimiento de que el ciclo evolutivo del capitalismo se había cumplido y ahora devendría inevitable el marxismo. Algo a lo que nadie, hiciera lo que hiciera, se podría oponer, so pena de ser arrastrado por las fuerzas arrolladoras de la historia. Esa idea, a pesar de la nefasta experiencia socialista en casi todas las partes del globo, sigue firmemente arraigada en lo que los sociólogos llaman el inconsciente colectivo y es lo que ha dado lugar a lo que hoy se llama la socialdemocracia intervencionista o progresista, como fórmula de transición entre un capitalismo al que se le llama y considera "decadente" y un marxismo que se sigue considerando "revolucionario" "progresista" y en última instancia, con un contenido moral que se le niega al capitalismo.


"DESTRUCCIONISMO"

Justamente a esto que estamos reseñando fue a lo que se refirió Mises cuando se ocupó de lo que él acertadamente denomina "destruccionismo". He aquí uno de sus párrafos más significativos:
"La propaganda socialista nunca ha encontrado una oposición decidida. La critica devastadora por medio de la cual los economistas exhibieron la ineficacia e impracticabilidad de los planes y doctrinas socialistas no llegó a las esferas que plasman la opinión pública. Las universidades están dominadas, en su mayor parte, por pedantes socialistas e intervencionistas, no sólo en la Europa continental, en donde esos centros del saber pertenecen a los gobiernos, quienes los administran, sino también en los países anglosajones. Los políticos y los estadistas, ansiosos de mantener su popularidad, se mostraron tibios en la defensa que hicieron de la libertad. La política de apaciguamiento, tan aplaudida cuando se aplicó al caso de los nazistas y fascistas, se practicó universalmente durante varias décadas en el caso de todas las demás sectas del socialismo. El derrotismo fue la causa de que las nuevas generaciones crean que la victoria del socialismo es inevitable.
No es verdad que las masas pidan con vehemencia el socialismo y que no haya medios para resistirlas. Las masas están a favor del socialismo porque confían en la propaganda socialista de los intelectuales.
Son éstos y no el populacho quienes forman la opinión pública. Es torpe la excusa que dan los intelectuales de que deben ceder ante la insistencia de las masas, porque son ellos mismos quienes han generado las ideas socialistas y adoctrinado con ellas a esas masas. Ningún proletario ni hijo de proletarios ha contribuido en algo para elaborar los programas del intervencionismo y del socialismo, ya que todos sus autores son de extracción burguesa. Los escritos esotéricos del materialismo dialéctico, de Hegel, el padre tanto del marxismo como del agresivo nacionalismo alemán, de Georges Sorel, de Gentille y de Spengler, no han sido leídos por el hombre común y no son ellos los que han movido directamente a las masas. Fueron los intelectuales los autores de su popularización.
Los directores intelectuales de los pueblos han producido y propagado los errores que están a punto de destruir para siempre la libertad y la civilización occidental. Ellos, y únicamente ellos, son los responsables de las matanzas en masas que caracteriza a nuestro siglo y solamente ellos pueden volver a invertir esta tendencia y escombrar el camino para la resurrección de la libertad.
El curso de los asuntos humanos no lo definirá las "fuerzas productivas materiales" míticas, sino la razón y las ideas. Lo que se necesita para detener la tendencia hacia el socialismo y el despotismo es sentido común y entereza moral.


Socialismo y capitalismo
Autogestión y estado mínimo

Desde los tiempos de Adam Smith hacia acá la Autogestión y el Estado reducido a la mínima expresión posible siempre ha recibido el nombre de capitalismo. Lo contrario a eso, a saber "gestión colectiva y máxima expresión del estado", siempre ha sido socialismo. El tratar de invertir los términos de la ecuación, llamando socialismo a instituciones y medidas que son típicamente capitalistas forma parte de la campaña de tergiversación semántica de la que venimos hablando y por medio de la cual los colectivistas tratan de dejar incomunicados a su adversario. Con esta estratagema, el socialismo procura engañar consciente o inconscientemente a la gente vendiéndole (o vendiéndose a si mismo) gato por liebre.
La existencia de policías, ejércitos, guardaespaldas, cárceles, puertas blindadas y rejas, justamente nos da la pauta de que vivimos en mundo socialista. No en balde en países tales como la ex--URSS, sus satélites, Cuba, Nicaragua sandinista, Chile de Allende, Corea, Vietnam, China, etc. la presencia de la policía y ejército son fundamentales y la parte más importante del aparato estatal.
En fácilmente comprobable que en cualquier nación del mundo llamado curiosamente "libre" el gasto en medidas de seguridad privada --protección a los ciudadanos honestos de los delincuentes-- es ridículamente mínimo en comparación con los gastos de seguridad social. Esto pone a esos países en camino a convertirse en futuras URSS, Chinas, Cuba, Chile de los 70, Nicaraguas sandinistas o cualquiera de las republiquetas del este pre soviético. La asistencia a los pobres --que dicho sea de paso nunca se materializa-- es la mayor parte del gasto que ese engendro estatal, una suerte de asociación ilícita entre Robin Hood y Santa Clauss que se llama "Estado de Bienestar" o "Estado Benefactor" (donde se les quita a los productores lo que les pertenece para darle a los no productores lo que no les pertenece ni se ganaron ni se supieron ganar). Asistencia que --como apuntamos-- jamás llega, habida cuenta que el numero de pobres aumenta en lugar de disminuir. Algo que el "Estado de Bienestar" ni ningún colectivista nunca pueden ni saben explicar: ¿cómo con mayores tasas fiscales la pobreza aumenta??. Cualquier capitalista se dará cuenta que siempre así. Pero este fenómeno es para el colectivista una gran paradoja.

EL ROBO SIEMPRE ES INMORAL.

En ese orden de ideas, para el capitalismo, el robo es inmoral por más que se lo practique con el respaldo de la mayoría a través de leyes votadas en el parlamento. El delito no deja de ser delito por muy amparado que se encuentre en la ley (por ejemplo los "impuestos").
La iniciativa privada resulta completa y absolutamente incompatible con cualquier tipo de socialismo conforme tanto la teoría y la practica de tal doctrina lo demuestran.
Si estamos a favor de un sistema donde la inteligencia se ponga al servicio de la sociedad, indudablemente siempre estaremos hablando de un sistema capitalista y no socialista, porque en el capitalismo cada uno usando su inteligencia en PROVECHO PROPIO beneficia SIN QUERERLO Y SIN PROPONÉRSELO al resto de la sociedad de la que forma parte y aun a sociedades de las cuales no forma parte. En cambio en el socialismo los individuos son OBLIGADOS por medio de la ley --o sea por otros-- a poner su inteligencia al servicio de la sociedad, pero en las sociedades colectivistas la sociedad quiere decir algo muy claro y especifico. Allí sociedad significa el grupo de burócratas que se encuentran enquistados en el poder amparados por un número suficiente de votos para ello. En lenguaje del socialismo "sociedad" es sinónimo de gobierno y de burocracia. Y esto también es así desde los tiempos de Adam Smith hacia aquí.
Solamente en el capitalismo "cada persona puede trabajar en aquello cuya productividad sea máxima y donde ella se sienta más feliz" porque cuenta con libertad cosa que se le niega en los regímenes socialistas.
El colectivista jamas define lo que es vivir decentemente. No lo definen ni para ellos ni tampoco lo definen para lo demás. Si tuvieran que definir que es vivir decentemente ello los podría en un serio apuro ideológico. En realidad no podrían definir ninguna otra cosa mas qué es vivir decentemente para ellos. Por eso desvían la atención con ambigüedades, palabras etéreas, generalizaciones y oscura verborragia. No es decente confesar que lo decente para mi es lo que yo quiero imponer a los demás como decente. Ante ello la cuestión es esquivar el bulto y despistar. El no poder definirlo es clara muestra que lo que implica vivir decentemente es para ellos una cosa un día y otra cosa diferente otro día distinto. Y que vivir decentemente para los demás es para ellos lo que ellos quieren que sean. Encubren su odio, autoritarismo y envidia bajo el manto de la pena, sin percibir que la definición de envidia es justamente pena o pesar por el éxito ajeno. Lo encubren con otras palabras porque es muy feo confesar odio y envidia, aun cuando antes en otras ocasiones tal vez en forma inconsciente lo hayan hecho. Aun cuando hayan dicho antes que se alegraban de las desgracias físicas y económicas que personas más afortunados que ellos padecieron, llegando al extremo de relatar hasta con lujo de detalles esas desgracias y padecimientos ajenos que tanto placer les causaron en el pasado, simplemente porque los desafortunados en cuestión tenían algunos dólares más que ellos en la bolsa. Así son los colectivistas. Borran con el codo lo que escriben con la mano.

RIQUEZA Y FELICIDAD.

Si el rico fuera poco feliz porque es rico, dejaría de ser rico, obvio. No se entiende como este razonamiento tan simple no cabe en la mente de un colectivista. Y si en un país determinado un empresario quiere ser funcionario publico es obviamente porque es mejor "chupar de la ubre de la vaca estatal" sin trabajar, que ganarse el diario sustento en la batalla de la empresarialidad. De allí que no debe ser sorprendente que los empresarios quieran quedar al abrigo de esa asociación ilícita que componen el Robin Hood y el Santa Clauss estatal que se dedica a robar a unos para dar a otros y que en política y economía se conoce como "Estado de Bienestar" o "Estado Benefactor", en una fiesta navideña diaria y hasta horaria que tanto Robin como Santa prometen que será interminable y de dicha y felicidad para todos los desposeídos del mundo.

Socialismo y decencia.

Por último pero no menos importante, el mejor parámetro para medir la bondad "práctica" de una teoría es el grado de consecuencia que sus sostenedores exhiben en sus vidas personales observando la misma.
Siempre me ha llamado la atención el grado de inconsecuencia que demuestran los socialistas con sus postulados teóricos. La mayoría de ellos no son un ejemplo de lo que predican. Apenas uno los trata un poco advierte que al hablar, cumplen al pie de la letra aquel famoso apotegma que dice "haz lo que yo digo pero no lo que yo hago". Y efectivamente, es muy difícil encontrar un solo izquierdista que sea consistente en su vida personal y ejemplo de lo que predica.
El colectivista en general no rechaza la propiedad privada in totum. Solo acepta un tipo de propiedad privada: la suya propia, rechazando la propiedad privada del resto de las personas.
Su rechazo a la propiedad privada ajena crece en la medida que la propiedad privada ajena sea más costosa y supere su cota de medida.
El socialista califica de "decente" todo lo que coincida con su propio patrimonio o sea inferior al mismo. En tal sentido, si el es propietario de una casa de valor digamos de U$S 100.000.- razonará delante de todo el mundo que una casa de U$S 100.000.- cumple con las normas de "decencia" objetiva. Pero si una propiedad es de U$S 200.000.- lo escucharemos decir sin empacho alguno que dicha posesión pasa a ser "indecente". En realidad lo que no nos dice --pero pronto advertiremos si somos sagaces observadores-- es que la ajena propiedad de U$S 200 mil será "indecente" en la medida que no sea la suya propia.
Desde luego, encontraremos socialistas propietarios de fincas por valor de U$S 300 mil o U$S 5 millones. Esos socialistas calificarán tales valores --o inferiores a esos-- como "decentes". En el último caso, el izquierdista que posea una finca de U$S 5 millones, la calificará como "decente". En tanto, se referirá en términos de "indecente" a la propiedad de algún vecino suyo que supere esa cifra.
En rigor, el problema de la decencia o la indecencia de la riqueza no está en la cuantía de la misma para el socialista. No señor. La cuestión no pasa por allí, sino que pasa por el hecho de que esa propiedad no está en cabeza suya. Si lo estuviera --y cualquiera sea su valor de cotización-- dicha propiedad pasaría a ser decente conforme a los cánones socialistas.
Así podemos seguir con casi todo. Si el izquierdista en cuestión tiene un automóvil es "decente" pero si el vecino tiene dos es una posesión "indecente". La lista es interminable. El mismo razonamiento aplica el colectivista a fincas, automóviles, salarios, calzados, televisores, lavadoras, medicinas y alimentos disponibles en la alacena. Cualquier cosa material, cualquier bien o servicio en el que pensemos, a todos ellos el izquierdista le aplica el mismo razonamiento y la misma escala de valores: la suya propia. Con ella mide la "decencia" o "indecencia" de la riqueza. Pero, claro está, siempre de la riqueza ajena. Jamás de la propia.
A todo socialista le escucharemos decir --cualquiera sea la cuantía de su patrimonio-- que él vive "con lo justo". Y ya sabemos. Lo "justo" lo "medido" es lo que él posee --o lo que poseen otros si es menos a lo que él posee--. Todo lo que exceda esa cota es "indecente, injusto, amoral, etc. etc. etc."
Vivir decentemente no es vivir con el producto del impuesto expoliado a mi vecino. ¿qué decencia hay en quitarles a unos los que les pertenece para darles a otros los que no les pertenece?. ¿desde cuando el robo es decencia? ¿y desde cuando el robo se legitimiza porque cuenta con el apoyo del 51 por ciento de los votos del parlamento?. Con la regla de la mayoría absoluta se podría legitimar cualquier aberración como ya ocurrió en la Alemania nazi, la Italia fascista y la Rusia stalinista. Pero como también ocurre a diario en millones de lugares del mundo donde se invoca la voluntad de las mayorías para llevar a cabo las aberraciones más inimaginadas en contra de las libertades.